Sin crédito alguno

Dakmar Hernández de Allueva



The song remains the same

En fin, que esa misma tarde llegabas en tu vuelo desde Barcelona con destino Caracas, sí, de Barcelona, y yo tan cansada como estaba de atender a los gatos ya tenía tanta información fútil que no quería ni tenía fuerzas para más conjeturas. Lo de los gatos era abrumador a esta hora: por más que comprobaran que dependían de mí para seguir con su felina existencia, bastaba tu ausencia para que se volvieran en mi contra, como si fuese yo la responsable de tu paso andariego por el planeta, tus secretos al descubierto, tu maldita carga de culpa que te impide soltar y soltarte. En fin, te decía, que esa tarde tan abrumada como estaba de limpiar caca y protegerme la cara de los arañazos, así sin rabia ni nada, me sentía tan borrosa como el personaje de Harry Block. A esta hora era una mancha borrosa de preguntas, cansada, pero sin angustia alguna ni señas de ansiedad. Crucé el portal en el que abandonas toda esperanza hasta alcanzar el limbo o el Nirvana.



I hate New York

Cuando te fuiste al cine no fue lo mismo. Ya no había nadie a quien ofrecerle mis piernas, el roce y mi lengua en la punta de los dedos atornillados en el quinto asiento de la fila derecha. Tras tu ausencia aquel lugar ya no servía para conjurar al vacío ni para coleccionar gemidos; el cine me ofreció sólo imágenes y más imágenes, unas profusas, otras más lentas, predecibles, hasta somníferas. Desde que te fuiste sigo yendo al cine sólo para asegurarme de que la película se recrea en Nueva York. Tu ausencia y los edificios de Manhattan alimentan el odio que me produce el hecho de que tras tanta tecnología, diversidad de temas, de géneros y autores, de propuestas y orígenes, de rupturas y recreaciones, todos los malditos marcianos, hijos de puta, dictadores, resentidos, renegados, desarraigados, fashion victim, fenómenos, ex fenómenos, wannabis, malquemaos e irreverentes escogen Nueva York para sus recreaciones, sueños de perpetuidad o hábitos destructivos, como si no existiera otro maldito lugar en el planeta con calles asfaltadas y edificios, ni otro lugar en este globo súper poblado donde recrear sus historias o exterminar al género humano.¿Por qué los amantes “oh, no puedo con tanta cultura” sólo pueden perseguirse a punta de taxis amarillos que frenan sobre el puente? ¿Cantar villancicos abrazados sólo en el Rockefeller Center? ¿Llorar desconsoladamente sí y sólo sí en el aeropuerto J. F. Kennedy porque todo se fue a la mierda? ¿Por qué a los dinosaurios les da tanta arrechera la estatua de la Libertad? La chica que se va de casa y escapa de lo gris que es su vida en el campo de techos bajos toma un autobús y ¡zas!, aparecen los rascacielos como promisorio destino para un génesis reciclado. Hollywood es la más funesta agencia de turismo. Odio New York. Más que a New York, odio las películas sobre New York. Odio que no estés.



Se acabó la película

Extraño el escoger la sala y el tipo de película que quisiera ver. Antes de que las salas se volvieran impersonales placebos con bandejas amarillas y asientos azules desgastados disfrutaba enormemente de las salas pequeñas, íntimas, cargadas de singularidad de la hasta cierta desolación, como la Previsora, el Ateneo, el Centro Plaza, la Cinemateca. Algunas de mis salas favoritas desaparecieron tras la funesta política cultural, otras fueron absorbidas por la dinámica violenta de alejarnos como individuos de los espacios públicos y el cine de autor y los ciclos especiales de la Cinemateca se esfumaron para dar paso a las proyecciones de compromiso, a los filmes por encargo.

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