La Pelona After Party

Enrique Enriquez




Hace un par de noches Vanessa y yo vimos The Diving Bell and the Butterfly, la más reciente película del gordo Julian's Schnabel.

The Diving Bell and the Butterfly es una película tan hermosa como dura de ver. Recuenta la historia de Jean-Dominique Bauby, un tipo exitoso, amante de todo lo que hay amable en esta vida y jefe de redacción de la versión francesa de Elle magazine, quien en la plenitud de su gozadera, divorciado, con una ex-esposa bella, una novia hermosa y dos hijos sabrosos, sufre un derrame cerebral y cae en coma, para despertar a las tres semanas y encontrarse que su cuerpo está completamente paralizado, pero su consciencia no.

Capaz únicamente de mover su párpado izquierdo, Bauby se las ingenia para dictar/parpadear un libro que da el título a la película: "The Diving Bell and the Butterfly", y da cuenta del sentir de este hombre atrapado dentro de lo que él bautiza como su escafandra.

Jean-Dominique Bauby murió a los pocos días de publicar su libro.

De vez en cuando hay películas que cruzan hacia dentro las fronteras del arte y se convierten en objetos penso-penetrantes, generadores de precipicios espirituales. La escafandra y la mariposa son dos metáforas potentes para hablar de la relación cuerpo-mente. Metáforas de una belleza delirante, considerando que fueron creadas por un hombre que se encontró de pronto en medio de una experiencia impensable. La película, filmada casi toda de modo que vemos la historia desde el ojo izquierdo de su protagonista, es claustrofóbicamente bella. Mirarla es como atreverse a agradecerle a quien te sofoca con una almohada que haya escogido para ella un forro delicado.

En estos días me debato respecto a si debo leer el libro o no. Por un lado, siento que le debo eso a Jean-Dominique Bauby. Si un hombre atrapado en su propio cuerpo se empecina en compartir su mente a pestañazos, debemos honrar su gesto y prestarle atención. El miedo es un lenguaje universal. Pero no estoy seguro de si quiero lidiar con esos sentimientos y esas imágenes en este momento de mi vida, con un nuevo bebé tocando las puertas del mundo. Schnabel dice que él hizo esta película para exorcisar su miedo a la muerte. Mucha gente describe The Diving Bell and the Butterfly como "una película esperanzadora" y para mi la película no fue una inyección de esperanza. Verla me hizo prestar aún más atención a la realidad y sus momentos porque me recordó el miedo a la muerte, o más precisamente, el miedo al infortunio.

Memento mori.

Si colocamos en línea recta los 22 arcanos mayores del tarot de Marsella, vemos que la carta número trece, La Muerte, corta la progresión en el punto que corresponde a su sección áurea. Memento mori.

Alguien dijo alguna vez que Schnabel era el Stallone de la pintura y tiene razón. La obesidad es el principal atributo de sus pinturas enormes, hechas a rialazo limpio. Me gusta más Schnabel como cineasta que como pintor. Últimamente también me he fascinado un poco con la calavera de diamantes que es creación de otro gordo: Damien Hirst. En uno de los tantos bocetos que Hirst hizo para la calavera hay una frase poderosa: "I once was/as you are/You will be/as I am". La calavera de diamantes es un memento mori intencional y oximorónico, y me pregunto si hay una conexión. Me pregunto por qué dos de los artistas más exitosos en esta época inflada con esteroides, dos artistas que han amasado fortunas absurdas y que para estar a tono con sus tiempos llaman más la atención por sus caprichos y desplantes que por su trabajo, se han ocupado de crear en su obra un espacio para hablar de la inmanencia de la muerte. Me pregunto si cada quien debe seguir el ejemplo y crearse un memento mori del tamaño de su bolsillo, o de su ego (difícil distinción en estos días en que el bolsillo es el ego de la gente). Me pregunto cuántas veces a lo largo de la vida necesitamos el recordatorio, y por qué, o por qué no.

Me pregunto, si yo me hiciese un memento mori, qué o cómo sería.

Si lo pienso bien, no tengo un especial miedo a la muerte. Morirse es quedarse dormido, y ya. No diré que vivo cada día como si fuese el último -quien diga eso no sabe lo que está diciendo- pero guardo poco para mañana. No creo en el cielo, ni en el infierno, y la reencarnación me parece de mal gusto. Sin embargo, no creo que la muerte sea fría, porque descomponerse genera calor. Un flash en cámara lenta que dura hasta que llega al hueso. Fue la paternidad la que me abrió una consciencia del infortunio. No me preocupa tanto morirme como no alcanzar a honrar el pacto que tengo con mis hijos de llevarlos con bien hasta la línea de largada. Mis hijos me enseñaron también el mejor credo: "agáchate y recoge lo que está roto". Seguirlo al pie de la letra no deja tiempo para dudas, ni para religiones. Para mí, la paternidad siempre ha sido una herida abierta al mundo. Joseph Beuys empezaba muchas de sus charlas diciendo: "muestra tu herida".

También dijo "si te cortas, venda al cuchillo". Ambas cosas suenan razonables. Quizás por eso les estoy contando sobre The Diving bell and the Butterfly, y no sobre Ironman.

Abrazos,


Enrique Enriquez



http://eenriquez.multiply.com/

1 comentario:

carloszerpa dijo...

BUEN TEXTO ENRIQUE
ME HA DADO MUCHO QUE PENSAR...
Y HASTA UN POQUITO DE MIEDO.
UN ABRAZO